“Cuando ambos ejércitos se
hubieron acercado el uno al otro, apareció en la primera fila de los troyanos
Alejandro, semejante a un dios, con una piel de leopardo en los hombros, el
corvo arco y la espada; y, blandiendo dos lanzas de broncínea punta, desafiaba
a los más valientes argivos a que con él sostuvieran terrible combate. Menelao,
caro a Ares, violo venir con arrogante paso al frente de la tropa, y, como el león hambriento que ha
encontrado un gran cuerpo de cornígero ciervo o de cabra montés, se alegra y lo
devora, aunque lo persigan ágiles perros y robustos mozos; así Menelao se holgó
de ver con sus propios ojos al deiforme Alejandro - figuróse que podría
castigar al culpable- y al momento saltó del carro al suelo sin dejar las
armas.”
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