“-¡Héctor! Con motivo me increpas y no más de lo
justo; pero tu corazón es inflexible como
el hacha que hiende un leño y multiplica la fuerza de quien la maneja
hábilmente para cortar maderos de navío: tan intrépido es el ánimo que en tu
pecho se encierra. No me eches en cara los amables dones de la dorada Afrodita,
que no son despreciables los eximios presentes de los dioses y nadie puede
escogerlos a su gusto. Y si ahora quieres que luche y combata, detén a los
demás troyanos y a los aqueos todos, y dejadnos en medio a Menelao, caro a
Ares, y a mí para que peleemos por Helena y sus riquezas: el que venza, por ser
más valiente, lleve a su casa mujer y riquezas; y, después de jurar paz y
amistad, seguid vosotros en la fértil Troya y vuelvan aquéllos a Argos,
criadora de caballos, y a la Acaya, de lindas mujeres.”
Hamadríade (*)
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